lunes, enero 15, 2007

Ojalá...



Y en su memoria, un deseo incumplido:
quiero ver un amanecer frente al mar y entre tus brazos


Pese al frío y el viento con que despertó la mañana, tímidos rayos de sol conseguían colarse entre las espesas nubes, así que decidieron ir a pasar el día en la playa.
Ella, mientras, se dedicaba a observar la escena desde fuera: las miraba coger las bufandas, mochilas, cámaras de fotos... parecía que no fuera partícipe de los preparativos que se estaban llevando a cabo.

- ¿Nos vamos ya?
- Sí, claro. Esperad que coja mi abrigo.

Y salieron de casa repartiendo chicles, riendo y hablando en una especie de italo-inglés que les acompañó durante casi toda la estancia.

- ¿Cuquillo?
- No, cuchillo, con ch - corrigió mientras metía el billete de metro en la ranura.
- Cuchillo, Enchufe... It´s ok?

Al salir del subsuelo tuvo que achinar los ojos, la noche anterior había sido larga.
Aún les costaba adaptar las pupilas a los cambios de luz.

- ¡Foto, foto! - dijo extendiendo su cámara hacia el chico del asiento de al lado.
- Por favor, ¿puede hacernos una foto a todas juntas?
- Claro.

Y se apretujaron en el final del vagón, con las gafas de sol, los cables del mp3, las mochilas y la botella de agua.

- Habéis salido estupendas - y les obsequió con una sonrisa al devolverles la cámara.
- Gracias - respondieron ellas.

Última parada, unos cuantos pasos y enfrentarse al mar, plateado e interminable.

Llenó los pulmones con la brisa que le brindaba aquella mañana revuelta. El olor a salitre arrastró a su memoria mil y una sensaciones... y sonrió.

Caminaron hacia la orilla. Pese al mal día el mar estaba tranquilo, las olas llegaban pausadas y se rompían contra la arena formando pequeñas ondas de espuma.
Se sentaron y contemplaron el horizonte.

Ella jugueteó con las pequeñas piedrecitas repartidas a sus pies, en su cabeza sólo él. Delante el mar, el aire, la arena, ellas... pero siempre él. Cosido a su memoria, amarrado con la cuerda más gruesa. Sólo Él.

Después de unos minutos en silencio se miraron y comenzaron a hablar sobre dónde comer, qué visitarían por la tarde y los planes de esa misma noche.


Para ella los planes estaban claros. Clarísimos desde el primer momento en que puso el pie en el andén y un abrazo con aroma a vainilla la rescató de la marea humana que la llevaba hacia la salida.

Las horas pasaron rápidas entre paseos, conversaciones, bocadillos y fotos. De pronto estaba anocheciendo y aún les quedaba mucho por hacer.
Recogieron el campamento y marcharon rumbo al jaleo, el gentío, el murmullo constante y las luces.

Se volvió una última vez hacia el mar: ¿lo pisaré alguna vez contigo?, y es que, aunque él no había estado allí, lo había sentido cerca durante todo el día.

***

Y pensó:
qué pena que ya no me ponga el pañuelo en el pelo para que pudieses bajármelo de nuevo hasta los ojos, qué pena que no se pueda volver a dar el primer abrazo para no ofrecértelo tan torpe y con tanta vergüenza, qué pena no poder perderme de nuevo en esas calles con tu brazo sobre mi hombro, que no vuelvas a sujetar mi bolso mientras me pongo el abrigo, qué pena no poder descubrir de nuevo aquella mirada y aquella sonrisa traviesa mientras entrecerrabas los ojos delante del vaso...

en definitiva, qué pena encontrar quien mueva tu mundo y tener que resignarte a la pérdida.


Llévame a ver salir el sol
desde todos los portales de la luna
llévame al puerto y al malecón
cuando el cielo se nos llene de gaviotas
Alumbrando las calles oscuras
todas las estrellas que hoy durmieron solas
(desde el rompeolas me acuerdo de ti)

Quique Gónzalez.- Rompeolas


Imagen: Pab (Ego sum lux mundi)


... ojalá pudiese volver a repetir todos y cada uno de los momentos que me han hecho feliz.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Escribes muy bien, me ha gustado tu relato. Pensaremos que llegaran nuevos momentos felices... y que serán mejores.

Besos

Anónimo dijo...

Mola ese jugueteo con las piedras. ¿Has probado a hacer huecos de arena con los dedos de los pies como un topo al hacer una madriguera?. Mola igual. Me quedo con esa escena. Y el mar, sobre todo el mar abierto. Una de las cosas del mundo que cuando la ves siempre impresiona. Es como si después de eso no hubiera nada más. Me quedo con el mar.

Pab dijo...

Ciudad de París Gracias por el comment, me sonrojaste y todo :$

Obviamente, tenemos mucho tiempo aún por delante y eso nos traerá cientos de momentos felices para archivar en nuestras cajas de los recuerdos.

Creo que últimamente me abruma lo rápido que pasa el tiempo...

anónimo Con las piedras y con las conchas, caracolas... Y tirarlas al mar, todo lo lejos que podamos.

El mar abierto transmite mucha calma, como las planicies observadas desde lo alto.

Y te sientes un minúsculo granito de arena en medio de una inmensidad de agua.

A mí me gusta sentarme en la orilla, en ese trozo en que la arena está aún húmeda pero ya no le toca el mar, y meter todos los dedos de la mano.

Besos a ambos ;)