Arrastrando los pies

- Si empiezas así la semana...¡imagínate como la acabarás!. Dice mientras me sacude por los hombros.

La miro con cara de sorpresa. Me ha despertado del sopor que me inundaba y no he tenido tiempo para escapar del traqueteo propinado.

- Tienes mala cara.

- Lo sé, respondo indiferente.

Se sienta frente a mí, me coge de la mano y la acaricia suavemente.

- ¿Qué te pasa?

- Nada.

- ¿Por qué no me cuentas qué pasa por tu cabeza?, pregunta con cara preocupada.

- No tengo nada que contar. He pasado una mala noche y no me encuentro bien desde ayer.

- Si solamente fuese eso...

- ¿Qué insinúas?, contesto molesta.

- No me engañas, ni a mí ni a nadie, llevas mucho tiempo sumida en la tristeza, la desesperanza, la melancolía... Algo te taladra por dentro pero no lo dices. Te dedicas a ver los días pasar, así no puedes seguir el resto de tu vida.

Agacho la cabeza, una lágrima de rabia se desliza por mi cara. La seco antes de que se dé cuenta. Me levanto desairada, cojo la mochila y pego un portazo al salir.

Ya en la calle me paro en seco y pienso, pienso en sus palabras, pienso en mis actos... noto mi cabeza a punto de estallar. Me siento enferma. Miro al final de la calle y echo a andar, una vez más, arrastrando los pies.


Y creo que muero
si no siento el roce de tu cuerpo junto a mí.
Recuerdo tus labios
y esos ojos que al mirar casi hacen daño.

Platero y tú.- El roce de tu cuerpo.