Niña de ojos tristes (3ª parte y final)
Desperté pasado el mediodía. Me volví hacia el otro lado de la cama pero ella no estaba allí. Me incorporé y miré hacia el cuarto de baño, la puerta estaba cerrada, así que supuse que estaría acabándose de arreglar. La llamé pero no obtuve respuesta; volví a llamarla pero seguía sin contestar. Me levanté y me dirigí al baño, abrí la puerta y comprobé que no estaba. Recorrí la casa nerviosa, no me había dado ni cuenta de cuándo se había marchado.
Al llegar a la entrada descubrí una palabra escrita con carmín en el espejo: Gracias.
La llamé al móvil pero no me lo cogió; así que salí a buscarla. Recorrí mil y una calles, la busqué entre la gente, fui a sus rincones favoritos... pero no la encontré. Al final, y como último recurso, acabé en los Jardines. Ella solía ir mucho a escribir y dibujar. Y se sentaba en el césped cerca del lago. Allí pasaba las horas muertas jugando con la hierba, arrancando pétalos a las margaritas, canturreando las canciones de su mp3 o haciendo fotos a las copas de los árboles.
Cuando caía la tarde decidí volver a casa, estaba muy cansada y mis esperanzas de hallarla se encontraban bajo mínimos.
Esa noche no conseguí dormir. La llamé mil veces pero su móvil estaba desconectado. Tenía miedo por ella ¿dónde estaría ahora?, ¿qué habría hecho a lo largo del día?...
Y pasaron los días, las semanas, los meses... y nunca más volví a saber de ella. Alguien me dijo que le pareció verla un día en la estación de tren, con su mochila al hombro y un libro bajo el brazo.
No sé qué fue de la niña de ojos tristes y me apena. Aún hoy, al recordarla, la veo aquel día en el suelo del salón llorando mientras veíaimos amanecer.
¿Encontraría de nuevo a su príncipe? Nunca lo sabré ya.
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